Entre actos by Virginia Woolf
autor:Virginia Woolf [Woolf, Virginia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1941-01-01T00:00:00+00:00
Escucharon. Otra voz, una tercera voz, decÃa algo sencillo. Y se quedaron sentados en el invernadero, en el banco bajo la parra, escuchando cómo la señorita La Trobe o quienquiera que fuera practicaba escalas.
Bart no podÃa encontrar a su hijo. Lo habÃa perdido entre la multitud. Asà que el viejo Bartholomew salió del granero y fue a su estudio, sosteniendo el puro, murmurando:
Oh hermana golondrina, oh hermana golondrina,
¿cómo puede tu corazón rebosar primavera?
«¿Cómo puede mi corazón rebosar primavera?», murmuró en voz alta delante de la estanterÃa atestada de libros. Libros: la preciada alma de los espÃritus inmortales. Poetas; los legisladores de la humanidad. Sin duda, era asÃ. Pero Giles no era feliz. «Cómo puede mi corazón, cómo puede mi corazón», repitió dando caladas al puro, «condenado a la infernal vida mÃa, condenado a languidecer en soledad.» Con los brazos en jarras, se detuvo ante su biblioteca de caballero terrateniente. Garibaldi, Wellington, informes de la Comisión de Irrigación y la obra de Hibbert sobre enfermedades del caballo. Una gran cosecha habÃa madurado la mente; pero todo aquello, comparado con su hijo, no le importaba en absoluto.
«De qué sirve, de qué sirve», se hundió en el sillón mientras murmuraba, «oh hermana golondrina, oh hermana golondrina, ¿de qué sirve cantar tu canción?» El perro, que le habÃa ido siguiendo, se echó a sus pies. Sus flancos se hundÃan y se hinchaban, el largo morro reposaba sobre las patas; en un orificio de la nariz, un poco de espuma; allà estaba su espÃritu familiar, su perro afgano.
La puerta tembló y quedó entornada. Esa era la manera de entrar de Lucy⦠¡Cómo si no supiera con qué se iba a encontrar! ¡Era su hermano! ¡Y el perro de su hermano! ParecÃa que Lucy los estaba viendo por primera vez en su vida. ¿Acaso Lucy era incorpórea? En las nubes, como un globo; de vez en cuando su mente tocaba el suelo con un estremecimiento de sorpresa. No habÃa nada en ella que pudiera sujetar a un hombre como Giles en la tierra.
Lucy se apoyó en el borde de una silla, como un pájaro posado en un hilo de telégrafo antes de partir para Ãfrica.
âGolondrina, mi hermana, oh hermana golondrina âmurmuró Bart.
Del jardÃn âla ventana estaba abiertaâ llegaba el sonido de alguien practicando escalas. La si do. La si do. La si do. Entonces, las letras separadas formaron una palabra, «perro». Después, una frase. Se trataba de una melodÃa sencilla, cantada por otra voz.
Escucha, escucha el ladrido de los perros,
porque los mendigos van llegando al puebloâ¦
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